Añorar la muerte
La nostalgia de Xavier Villaurrutia
(Publicado en Opción, revista del alumnado del ITAM, Año XXIX,
No. 156, junio de 2009, pp. 44 – 49.)
(Publicado en Opción, revista del alumnado del ITAM, Año XXIX,
No. 156, junio de 2009, pp. 44 – 49.)
…en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera
"Décima muerte", Xavier Villaurrutia.
Una vez que cobramos consciencia de estar vivos, la muerte constituye un destino. Un momento de imposible predicción, que puede estar a la vuelta de la esquina en forma de accidente, o muy lejano en el tiempo, como resultado del deterioro natural del organismo. Puede ser que la enfermedad o las desgracias nos desgasten prematuramente. También es posible que nosotros mismos decidamos convocar la muerte mediante el suicidio. Lo que es un hecho es que todos habremos de morir, lo que para muchos significa cesar del todo nuestra existencia tal y como la experimentamos actualmente, o simplemente, dejar de ser, para otros.
Nadie sabe cómo es la muerte. Testimonios sobre momentos próximos a ella sobran, elucubraciones sobre lo que existe o no más allá de la muerte, también. Si nos atenemos a su estricta definición, no puede haber un después de la muerte. Nadie puede saber cómo es “estar” en la muerte, “ser” estando muerto, porque la muerte es “dejar de ser”.
De ahí que la mayoría de nosotros tema morir. No sólo por el miedo a lo desconocido, el miedo al dolor, sino antes que otra cosa, el miedo a dejar de existir. Actualmente, la salud y la belleza son dos atributos de la vida que las llamadas sociedades de consumo procuran alargar el mayor tiempo posible. Mantener la plenitud de nuestras capacidades es nuestra principal condición para el bienestar y el placer, los incentivos esenciales para hacer girar la rueda del consumo. De manera que existir, para la mayoría de los individuos en estas sociedades en que nos ha tocado desenvolvernos, es lo más parecido a la salud, a la belleza, al placer de los sentidos.
Todo aquello que amenace estos atributos y condiciones durante nuestra vida representa un motivo de temor, y el más tajante, incuestionable de todos ellos, es morir. Los otros son el dolor, la enfermedad, la invalidez y la vejez. Para algunas personas, este temor puede ser obsesivo y producir, o bien la temeridad, el desafío a la muerte mediante la aversión al riesgo y la adicción a la adrenalina o, por otra parte, la introversión, la soledad y la melancolía, caso de un poeta extraordinario como lo fue Xavier Villaurrutia (1903-1950). En Nostalgia de la muerte, Villaurrutia quiso sublimar su personalísimo temor a la muerte, traducir la muerte en una realidad mucho más real que la vida, un recuerdo previo a ésta, un retorno en consecuencia, un instante entrañable, un lugar deseado, un momento qué añorar y por el cual sentir nostalgia.
¿Cómo es el ser para Villaurrutia que hace tan terrible su pérdida? Nos lo describe en su primer “Nocturno”: el vaho del deseo, / el sudor de la tierra, / la fragancia sin nombre / de la piel […] la boca de una herida, / la forma de una entraña, / la fiebre de una mano que se atreve. Son todas ellas imágenes de un tímido, reservado erotismo, de una vida intelectual y solitaria, como intelectuales, solitarios y callados son el temor y el horror a la muerte de este poeta.
Es en “Paradoja del miedo” donde Villaurrutia reconoce el temor, el suyo, el nuestro, donde nos revela qué es aquello que le horroriza de la muerte: la soledad, la locura de saberse muerto, que es buscarse a sí mismo como en un mal sueño. Y es en este poema en específico donde Villaurrutia nos propone sentir, no sólo la sensación precisa de la muerte sino su recuerdo y su nostalgia, dado que en la vida, tememos. Muertos, en cambio, sitos en esa patria lejana, olvidada, en esa nada plena de silencio, frío, vacío, en que no pasa nada, ese miedo ha perdido sentido, y a quien está muerto sólo le resta disponerse a vivir.
Villaurrutia intenta hacerse a la idea de que la vida verdadera es después de la muerte. Algo nos dice que morir es despertar afirma en el “Nocturno miedo”. En el segundo de sus “Epitafios”, poema que no corresponde a Nostalgia de la muerte y del que no sabemos si fue compuesto para sí mismo o para Jorge Cuesta, escribe:
Duerme aquí, silencioso e ignorado,
el que en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!
¿Cómo fue la muerte para Xavier Villaurrutia, cómo la imaginaba, de qué manera la temía para conseguir echarla de menos? La respuesta está en los 19 nocturnos y las siete “nostalgias”, es decir, los veintiséis poemas que conforman esta obra capital de la poesía hispanoamericana del siglo XX, publicada en 1946, cuando este destacado miembro del grupo literario conocido como Contemporáneos, contaba con 42, tal vez 43 años de edad.[1]
Si algo caracteriza a la poesía es la enorme capacidad de intensidad de significados que puede adquirir el idioma con unas cuantas, hermosas líneas. Octavio Paz afirmaba que “para la mayoría de sus lectores, Villaurrutia es el autor de unos quince o veinte poemas. ¿Poco? A mí me parece mucho”. Por esos poemas, escribió Paz, los lectores de Villaurrutia han buscado en el resto de su abundante obra dramática y crítica, si no el “secreto de su poesía, sí el de la fascinación que ejerce sobre nosotros. Esa veintena de poemas cuentan entre los mejores de la poesía de nuestra lengua y de su tiempo”.[2]
En Villaurrutia la muerte es soledad, sueño, locura. Es un desdoblamiento infranqueable del ser tanto como la unión de los opuestos (la llama fría, el mensaje vacío, muda telegrafía, la rosa increada, agua que no moja, aire de vidrio, tu olor desierto, la presencia del vacío, tu voz que silencios vierte, mi nombre […] cifra desnuda de sentido), es el vacío que da contorno a lo que es (sólo yo sé que la muerte / es el hueco que dejas en el lecho ó te encuentro en el hueco / de una forma y en el eco / de una nota fugitiva). Es también el horror a la consciencia de estar muerto. La muerte es la patria perdida, barroca, de Calderón de la Barca[3] (La vida es sueño, 1635) o la ocasión de reproducir los afanes simbolistas de Valery.
Podemos distinguir tres momentos sobre la muerte en los poemas de Nostalgia de la muerte. Una es la muerte que acecha. En el “Nocturno en que habla la muerte”, la muerte es una presencia insoportable, de la que no se puede huir, mucho más próxima que la presencia divina (quien por cierto, nunca aparece en estos poemas), una presencia del vacío adherida a la propia sombra, que lleva uno en el tuétano, que se escucha al cerrarse una puerta, que aparece hasta en el más inocuo sueño y que nos habla como una amante acosadora y socarrona, sapiente de que es imposible liberarnos de ella.
“estoy tan cerca que no puedes verme,
estoy fuera de ti y a un tiempo dentro
[…]
Aquí estoy, ¿no me sientes?
Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”
Otro momento es el de la muerte que llega. El poema que aborda esto por antonomasia es el último del libro, “Décima muerte”, compuesto por diez décimas. La quinta de ellas dice:
No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
[…]
pueda, sin sombra de sueño,
saber que de ti me adueño,
sentir que muero despierto.
Hay una importante distinción entre el momento de morir y las imágenes que representan el estar muerto. Es aquí cuando la Muerte deja de ser la nada para personificar un cuerpo al que se une el propio cuerpo. Villaurrutia desea que el momento de la muerte no sea brusco, que no se sienta, como reconoce en la tercera décima: …que tus ojos me vean / sin mirarme […] que nada me desconcierte […] para no sentir un goce / ni un dolor contigo, Muerte. En la sexta décima de ese mismo poema, Villaurrutia anhela que el momento de la muerte sea como abrazar para siempre al ser amado, en una imposible unión de los contrarios: …el tiempo cierto prolongará nuestro abrazo / y será posible, acaso, / vivir después de haber muerto.
En la séptima décima Villaurrutia imagina el momento de morir casi como un orgasmo: dura sólo un instante y lo visualiza, no sólo como el cielo del gozo, también como el infierno del dolor, al mismo tiempo:
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay un misterioso pacto
[…]
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.
El tercer momento es el de “estar” en la muerte, la lúcida consciencia / de amar lo nunca visto. Dos rasgos lo distinguen, la soledad y el horror a la otredad, al desdoblamiento del ser. La soledad se hace presente en el frío y en el silencio. La encontramos en poemas como “Nocturno”, “Nocturno solo”, “Nocturno muerto”, “Nocturno mar”, “Muerte en el frío”, en donde el vano silencio profundo, el silencio frío, sin fin, cóncavo y duro, la soledad opaca y el clima del silencio / donde se nutre y perfecciona la muerte, son imágenes constantes. Ese silencio de la muerte que alarga lentas manos de sombra, que es duro cristal de dura roca, ese vacío del pensamiento y esa frialdad de la nevada que cae en el poema “Cementerio en la nieve”, la caída de un silencio sobre otro […] Porque la nieve es sobre todo silenciosa, más silenciosa aún sobre las losas exangües”, es la sábana nieve de hospital invierno que describe en “Nocturno mar”.
Con respecto al horror de saberse muerto, Villaurrutia imagina desdoblamientos alucinantes dignos de un lienzo de Dalí, de Magritte o de un cortometraje de Buñuel. En el “Nocturno sueño”: Quieto de silencio / oí que mis pasos / pasaban (…) Mi mano acerada / encontró mi espalda (…) a mis pies clavados / vino a dar mi cuerpo // Lo tomé en los brazos / lo llevé a mi lecho // Cerraba las alas / profundas el sueño. Otro magnífico ejemplo de esta poderosa imaginación poética es la narración del “Nocturno de la estatua”, en la que las acciones se suceden entre sí bajo la lógica del eco: la estatua en la calle produce un grito, en la carrera hacia la estatua encuentra sólo el grito, la mano que alarga hacia el grito escucha sólo al eco. Villaurrutia, al querer asirlo, se topa con el muro y al correr hacia el muro descubre un espejo. En el espejo está la estatua asesinada. Villaurrutia la viste, la acaricia, juega con los dedos de su mano y le cuchichea hasta escucharla decir: estoy muerta de sueño.
El mayor horror de todos es la duda sobre sí mismo, como afirma en la “Paradoja del miedo”. En el “Nocturno eterno”, Villaurrutia nos confiesa: dudo si responder / a la muda pregunta con un grito / por temor de saber que ya no existo. En “Estancias nocturnas” teme que lo que escucha no sea sino el eco / de otros pasos ajenos, que pasaron mucho antes; en el “Nocturno grito”, afirma: tengo miedo de mi voz / y busco mi sombra en vano. Ese desdoblamiento infranqueable del ser produce la angustia de verse fuera de sí, viviendo / y la duda de ser o no ser realidad, que retrata en el “Nocturno miedo”, par de versos que prosigue el tema de Otra vuelta de tuerca de Henry James y precede al argumento y fotogramas de Alejandro Amenábar.
*
Mas la vida no puede ser inútil. Debe existir la posibilidad de la memoria, la capacidad de permanencia conservando la singularidad individual. No ser una osamenta anónima más, como las que se apilan por millones en las catacumbas de París, a las que distingue tan sólo el rótulo que indica a qué cementerio pertenecían. Parafraseando a Alí Chumacero a propósito de Nostalgia de la muerte, este poemario nos traduce el “drama privado de saberse perecedero”, el horror al anonimato que representa morir conforme pasa el tiempo. En el poema “Estancias nocturnas”, Villaurrutia tiene esperanza en que, pese a la muerte, sea posible trascender: Estrella (…) tú, como yo –hace siglos-, estás helada y muerta, / mas por tu propia luz sigues siendo visible. […] …alguien, que no ha nacido / dirá con mis palabras su nocturna agonía. En “Décima muerte”, demanda: convertir mi envoltura / opaca, febril, cambiante / en materia de diamante / luminosa, eterna y pura.
Cabe también la posibilidad de que vida y muerte se anulen una a otra. No sólo la vida deja de existir con la muerte. También la muerte se aniquila a sí misma cuando el sujeto que ha de morir, muere. Ya no se puede esperar la muerte de lo ya muerto. Concluye Villaurrutia:
si mi muerte te da vida
[…]
¿qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?
(“Décima muerte”, IX).
[1] No se conocen el día o el mes del nacimiento de Villaurrutia. Sí en cambio la fecha de su muerte: 31 de diciembre de 1950.
[2] Octavio Paz. “Xavier Villaurrutia en persona y en obra” en Octavio Paz y Luis Mario Schneider (Comps.), México en la obra de Octavio Paz. Tomo II, Vol. 2. Generaciones y semblanzas. Escritores y letras de México. Modernistas y modernos., FCE, México, 1987, p. 238.
[3] Sonámbulo […] …no me atrevo a preguntarme si es / el despertar de un sueño o es un sueño mi vida, “Estancias nocturnas”